El trauma, esa aguja punzante, esa piedra ácida y pesada que nos devora y atraganta, tiene la capacidad de esconderse en nuestro cuerpo, en nuestra mente, haciéndonos olvidar aparentemente su recuerdo para poder seguir viviendo. Como si hubiésemos atravesado el río Lete, entre el sueño, la discordia y la muerte, nuestro ser necesita del olvido para soportar la existencia. Escondido en zonas inconscientes donde habita lo innombrable, el trauma conduce nuestra vida sin saberlo, haciendo de ella un lugar de sufrimiento. Este libro, el primer volumen de dos, fruto de un vasto proyecto de investigación, nace con el objetivo de desvelar lo oculto, por ello toma el nombre de Aletheia (auténtica verdad, en griego). Quiere abrir, con delicadeza y ternura, la cicatriz que cerró en falso un dolor que vive intenso en nosotros, a veces, desde nuestra primera infancia. La creación, como acompañante más allá del lenguaje discursivo, pone imágenes, metáfora, sonido a una herida impronunciable. Desde hace más de sesenta años, los procesos creadores aplicados en terapia (a través de las artes visuales, la danza, el teatro y la música), al trabajar alternativamente con los dos hemisferios cerebrales al fluctuar entre la expresión simbólica y la interiorización de los resultados a través del lenguaje y la escritura, permiten el trabajo de la reconstrucción narrativa, corporal y emocional del trauma y ofrecen la capacidad de dar sentido al dolor. Por ello se han revelado como instrumentos eficaces para la mejora de personas y colectivos que necesitan de vías más allá del discurso analítico, para expresar, por decirlo de algún modo, lo inexpresable. En las últimas décadas, la neurociencia ha confirmado lo que los artistas venían mostrando desde hace siglos: que no todo discurso es analítico y ordenado; que la memoria no es siempre organizada, ni el tiempo lineal y medible; que no todo el espacio puede ser mesurable, ni nuestras acciones coherentes. Que hay un tiempo de incubación donde el cuerpo ninguneado durante siglos de mentalidad cartesiana y religiosa- es también cerebro empático y convierte en huella física nuestras alegrías y dolores, allá donde la razón no llega. Los procesos creadores insertados en procesos terapéuticos están permitiendo no solo la expresión y exteriorización del trauma, sino su elaboración en la narración vital, que permite la integración y trasformación de experiencias.
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