El Madrid de inicios del siglo xvii se desperezaba y, al amparo de la corte del Felipe IV, comenzaba a fraguarse como una una ciudad de contrastes. En ella convivía el trajín cotidiano de sus gentes más humildes en las bulliciosas calles de la corte con las profundas disquisiciones artísticas que calentaban el ambiente en el interior de los contenidos círculos cortesanos.
El pulso cultural de la incipiente capital de la corte comenzaba a latir tenuemente impulsado por intensas disputas artísticas que se fraguaban en las academias literarias hasta alcanzar el ritmo vigoroso que terminaría por definir esa brillante etapa cultural conocida como Siglo de Oro.
Sería al abrigo de estas brasas donde se encendería la famosa disputa sobre el arte de la pintura que alcanzaría gran virulencia cuando escritores y pintores se unieron para defender la nobleza del arte pictórico.