A menudo caminamos absortos en nuestros pensamientos, en nuestras pequeñas preocupaciones cotidianas sin tener tiempo para percibir todo aquello que nos rodea. Pasamos una y otra vez por un mismo lugar pero no nos damos cuenta de la belleza de un callejón, de lo peculiar de un portal o de la anciana que eternamente contempla a los transeúntes desde su balcón.

Y un día, de repente, vemos los mismos objetos, los mismos paisajes con nuevos ojos, descubriendo todo aquello que habíamos visto tantas veces sin mirar. Observamos entonces la luz del atardecer iluminando los edificios y el juego de las sombras que van formando extrañas figuras.

Así, mi mirada atraída por la imagen de un edificio reflejada en el cristal de un escaparate me descubrió otra ciudad, una Barcelona reflejada en sí misma. Las formas redondeadas de los edificios rectos e inflexibles, palacios y objetos de otra dimensión dentro de una ventana o un autocar con una gelatinosa sagrada familia en su cristal trasero.

Esta nueva visión me hizo pensar que quizás me estaba acercando a la idea ilusoria con la que algunos de estos edificios fueron concebidos, a un mundo real que alberga a su vez, miles de mundos posibles en cada uno de sus mágicos perfiles.

Reflexiones? no son más que una ilusión óptica, pero no dejan de ser menos reales que el objeto que les da origen. Tan solo se trata de mirar desde el lugar y el momento apropiado, para que esa otra realidad siempre este ahí.