EL CAMINO INCIERTO DE LA HERIDA Cuando el mundo le saca la lengua a la rutina, no es necesario cerrar los ojos para encontrarse. Cuando uno aprende a convivir bajo el paraguas de las lágrimas, aprecia en toda su magnitud la línea curva de una sonrisa. Re-flexiones: ejercicios para el corazón supone un exceso de imprudencia y de desnudez por mi parte. Aunque también el mapa del tesoro a través del cual he salido indemne de todas las ausencias. Tras la ruptura, el gesto torpe de la duda nos envuelve como esas nubes negras que nos impiden ver el horizonte. He actuado como un náufrago sin más estrella que el desencanto y la palabra ha acudido en mi auxilio, en un período de mi existencia donde no encontraba el norte y el sur en el que resido no me servía de brújula. Lo más prudente habría sido no publicar Re-flexiones: ejercicios para el corazón, pero el silencio del papel me ha arrancado las espinas de la soledad y del desamor, cuando no contemplaba mayor salida que el desánimo. La literatura me ha salvado de la vida, de modo que, a pesar de confesar que soy una persona tremendamente vulnerable y llena de cicatrices invisibles, he apostado por derramar mis latidos de angustia ante otros ojos. Quizás para alimentar mi ego. Los poetas buscan constantemente el aplauso de los demás. Quizás, porque he conseguido que el dolor se me escape a través de la escritura y la palabra ha adoptado el atuendo sonriente de la esperanza. Quizás, porque confío en que mis páginas puedan llegar al oído de un lector desorientado. Para salvarlo de la misma manera que me he salvado yo. Me he sentido a gusto, sin necesidad de dispararme a los pies, puesto que me he negado a montarme en la noria de mis pensamientos. Me gusto con los cordones atados y el alma desenvuelta. Me gusto con la corbata desatada y el miedo acordonado. Me gusto con una lágrima de más y un abrazo de menos. Me gusto con un pensamiento de menos y un corazón de más. Me agrada compartir mi vida con alguien que me ayude a ver el mundo con sus ojos. Me desorientan los ruidos. Me desorientan los silencios. De la vida me gustan las faldas cortas y mi mirada larga. Para salir airoso de todos mis ataques he contado con el único recurso de la pluma. Tal vez el amor esté tan cerca de nuestros ojos que no seamos capaces de verlo a primera vista. Tan cerca de nuestro pecho que olvidamos sentirlo, cuando lo tenemos a la altura de un abrazo.
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