Como el nadador que cuanto más se aleja de la costa más lejos se sabe de volver a ella, a menudo echa uno la vista atrás y solo logra vislumbrar un vago horizonte de niebla antigua. Nada suyo hay ya al otro lado de esa línea estirada, ninguna casa, ningún hogar encendido, ninguna senda familiar. Todo lo que desde allí llega son noticias de Ningún Sitio, ese país que igual está allí que aquí o más allá, por donde quiera que vayan dejando su cansino rastro nuestros pasos. Cae la llovizna, minuciosa y cruel, en la piel del ánimo. Cala hasta el alma. Duele la evidencia de que no tenemos más que la tierra y el cielo. Nuestra casa son algunas manías: la de escribir y soñar acompañados de unas pocas sombras cómplices. No siempre, pero en ocasiones sirven para conjurar la insobornable desgana y sentirnos a resguardo de la tormenta.