Cuanto más se modernizan las mujeres, incrementando su nivel profesional y su participación en la vida pública, más se preocupan también por su imagen visual, hasta el punto de incurrir en obsesivas compulsiones patológicas como la anorexia, la bulimia o la adicción al consumo de productos rejuvenecedores y demás artículos de belleza y moda. Lo cual constituye una contradicción, pues el racionalismo, el trabajo y la profesionalidad casan muy mal con el ritualismo, el glamour y la espectacularización. En este libro se explora tal paradoja, intentando desvelar las claves secretas que se ocultan tras la máscara escénica de la imagen femenina. Para ello se utilizan de pretexto las medias con arreglo a una doble metáfora. Las medias aluden a la imagen femenina como un todo, pues constituyen una segunda piel mucho más depurada y selecta que reviste la carne mortal para redimirla y enaltecerla, reflejando ante el espejo una imagen distintiva y singular, distante y espectacular. Así, la figura femenina se desdobla en dos medias mitades simétricamente contrapuestas. Del lado del escenario, el espejismo que refleja el cuerpo político, juvenil, brillante y espectacular, que se pone en escena ante un público expectante. Y al otro lado del espejo, el cuerpo natural que madura, se arruga y envejece, oculto ante los demás en el secreto de su intimidad. De ahí la doble identidad, pública y privada, que cada mujer aprende a construir y representar. Pero, además, las medias permiten recordar que la imagen femenina se construye para ser exhibida solamente a medias, a fin de dejar en suspenso y mantener bajo control la latente voluntad exhibicionista. Pues al igual que a una mujer no se le deben mirar las piernas directamente, sino sólo mediante veladas miradas a través de medias intermediarias, tampoco la imagen femenina puede resultar explícitamente provocativa, lo que revelaría su secreta estrategia desnudando ambiciones sociales que para tener éxito deben permanecer ocultas. De ahí que la propia imagen, como las medias mismas, no sea más que una pantalla de distracción, con la que se puede desviar o modular la atención evitando comprometerse con reacciones incómodas o embarazosas. Esto convierte la imagen femenina en lo que Goffman llamó un biombo de participación: una interfaz o superficie de contacto que permite separar y unir a la vez las dos medias mitades de la doble identidad femenina, regulando las contradicciones que se dan entre su cuerpo político y su cuerpo natural a fin de controlar las relaciones interactivas que vinculan a cada mujer con su entorno social.
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