Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, mi madre nos contaba historias sobre personas y hechos que, aseguraba, habían sucedido, que no eran invenciones suyas, y así nos entretenía en aquellas frías noches de invierno sentados alrededor del brasero. Luego yo las transmitía a mis amigos de una manera aún más fantasiosa, exagerando el modo en que lo hacía mi madre, pero eso sí, intentando que pareciera real. Uno de aquellos relatos fue el de Tomás y Margarita, una historia de amor y desamor que llevó a Tomás a la enajenación mental cuando Margarita lo dejó por otro hombre con el que acabó contrayendo matrimonio. Nunca sabremos si fue realidad o invención, como lo fueron otra historias; lo que sí sé, porque lo recuerdo muy bien, es que mi madre se emocionaba al contrarla, y se le saltaban las lágrimas al relatar cómo los vecinos del pueblo se reían de Tomás al verlo hablar solo, porque, decía, Tomás era pariente suyo.
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