La carne es la osamenta del agua, escribe Roberto Toledo, y esa rotunda imagen, vértigo y extrema hermosura del discurso amoroso, da cuenta de la pérdida y la intensidad de una memoria afectiva, de los múltiples sentidos rituales del espejo biográfico y la aventura, literalmente intransferible, de la persona. Libro atravesado por esa luz que no envejece y es la plenitud solar en la que desemboca la noche, la rotunda dicción de cuanto fue la intensidad del amor, la posesión y la pérdida, los grandes juegos anhelantes de la pasión y la vida. Ardor y consuelo, resistencia ante la fugacidad y emotiva cronología del corazón que, esquivo a los calendarios del tiempo, se hace palabra y reverberación de una más perdurable conciencia. Libro en la isla del cuerpo, e isla en la mar de las hondas articulaciones musicales de lo poético. Voz sincera, fulgor sin lastre del gran vuelo, el otro tránsito a la intemperie que es la soledad de todo ser enfrentado al éxtasis y la precariedad del amor, al destino y la no voluntariedad del deseo; también a la duración y a lo crepuscular hacia donde avanza toda dicha, todo astro, to