«Soy un enamorado de la aurora. Porque tengo frescos en el archivo de mi memoria los recuerdos maŽs viejos de mi existencia, cuando mi madre me llevaba a la ventana abierta, envuelto en el calor de lana de una manta, para mamar las voces de unos hombres cantando en la noche, a unos pocos metros, gozo de Navidad y de Reyes, aleluyas de ResurreccioŽn y glorias a la Cruz de Mayo y a Isidro el Labrador. Porque durante toda mi nin~ez seguiŽ escuchando cada madrugada las voces, cada vez maŽs tenues y cascadas, de Felipe el Auroro y de Eliseo Jimeno, desgranando su salmodia matutina. Porque luego formeŽ parte del coro y me encantaba. En suma, porque auroros y auroras son un retazo de vida de nuestros mayores, ruŽstico y sincero, y una de las expresiones maŽs radicalmente populares de la religiosidad y del temple de nuestra tierra.

Entre todas las praŽcticas piadosas, la aurora ha germinado y florecido en el seno del pueblo llano, seglar, trabajador, iletrado, creyente, anoŽnimo, sufrido, transmitieŽndose de generacioŽn en generacioŽn sin ruidos ni alardes, como una alborada serena que da paso al diŽa.»

JOSEŽ MARIŽA JIMENO JURIŽO