Cuando se le encomienda la recuperación de Juan, un niño afectado de afasia desde que sufriera un accidente automovilístico en el que moriría su tío Juan, la psicóloga escolar ignora cómo este niño va a cambiar su vida. Obligado por su enfermedad a convertir en metáforas las pocas palabras que recuerda, el pequeño ha desarrollado en su aislamiento un mundo imaginario, y un lenguaje puro que está más allá del lenguaje convencional y que permite nombrar de nuevo las cosas.
Pero la tragedia no se circunscribe a la simple pérdida del habla cotidiana: pronto se configura la existencia de dos bandos familiares en litigio; una lucha que en definitiva no es más que la que opone la imaginación a la realidad en un mundo en el que lo rutinario y vulgar destruye, la mayor parte de las veces, los sueños de libertad.