La vida nos llega como una tarea peligrosa que debemos superar cada día. No debemos olvidarnos de ella, si lo hacemos, nos dará alcance de inmediato para fustigarnos y hacernos pagar por todos nuestros errores.
César Fernández no lo tuvo en cuenta, actuó a su libre albedrío, también es verdad, que nunca estuvo en orden su cabeza. Desde pequeño ya apuntaba maneras, no coordinaba correctamente, aunque nació con ciertas virtudes que le pudieron ayudar a conseguir todo cuanto quisiera en la vida; pero a su memoria fotográfica no le sacó todo el partido que debiera, quizá porque en su niñez no contó con su otra mitad: su hermano gemelo. Tampoco le ayudó mucho el hecho de vivir en medio de una familia desestructurada. Nadie supo las causas del comportamiento de César. El caso fue, que cuando llegó a su madurez ya cargaba con un montón de trastornos mentales difíciles de soslayar; por añadidura, para labrarse un módico futuro en la vida, tuvo que sobrevivir mucho tiempo en completa soledad, alimentando su aislamiento con las creaciones de su propio cerebro, y todo ese galimatías le hará desembocar en su mente quincuagenaria, una cadena de paranoias mentales, que le hacen terminar en un obligado y oscuro desenlace.