En Castillo de fuego, Felisa, la voz narradora, una mujer independiente y luchadora, entabla por azar relación con una joven del pueblo que vive con su hermano y sus abuelos. Una tarde de lluvia torrencial, Felisa descubre que la soberbia y hermetismo de la joven son sólo la máscara deshilvanada que oculta a una niña desvalida, paralizada por un nerviosismo casi enfermizo. Es con el maravilloso y vívido recuerdo de otra noche de lluvia, en que un cierzo arrollador elevó por los aires una sábana blanca rasgada en dos, con el que Felisa inicia el hilo narrativo de su vida. Esta novela no solo trata el tema de la complejidad de las relaciones humanas; es también el reflejo de la vida y costumbres de un pequeño pueblo aragonés, en un pasado no tan lejano. Descubrimos la dureza de la vida del campo, el ambiente bullicioso de fiestas y mercados, los ritmos y hábitos cotidianos de jóvenes y viejos.