A estas alturas es difícil decir algo original sobre la pintura. Pero sí es posible, en un momento en el que muchos de los discursos en torno al arte se han vuelto indescifrables, decirlo, al menos, de una forma clara. En la pintura figurativa, la comprensión venía dada por el objeto representado, ya fuese un retrato, un paisaje, una escena bíblica o mitológica o una naturaleza muerta. Bastaba con identificar el tema para entenderla. Pero la pintura moderna, en particular la abstracta, ha roto con todas estas pautas. Siguiendo a Marcel Duchamp, que criticaba a los «artistas olfatorios» aquéllos atraídos por el olor de la pintura al óleo, ésta busca desmarcarse de la concepción tradicional del arte. Pero ¿cómo definir entonces esa pintura moderna, la pintura de la abstracción? Trabajar en lo abstracto es, aunque resulte paradójico, trabajar lo concreto. La abstracción no puede servirse del efecto espejo propio de la pintura de la representación, ni recurrir a la rápida corriente de comprensión que se crea entre el autor y el espectador ante pinturas como las de Hopper, Magritte o Warhol, en las que encontramos un reflejo del mundo y de nosotros mismos. Sin el efecto espejo, la obra es un objeto en sí mismo, y es el objeto en sí, no las imágenes que en él aparecen, lo que debe impresionarnos. La pintura abstracta ha de ganarse, no sin dificultad, nuestro interés. Pero ¿cómo? ¿Basta con que nos atraiga estéticamente o existen otros criterios que debe cumplir para ser considerada «arte»? Dice Eugenio d'Ors que hay cuadros que parecen responder inmediatamente a nuestras preguntas. No es el caso de los abstractos: Rothko, Miró, Stella no pintaban para satisfacer nuestro deseo de comprensión instantánea. Si embargo, prescindiendo del lenguaje de la crítica, los comisarios de exposiciones y los directores de museos, podemos concentrarnos en indagar en la expresión del arte mismo, en aquello que nos dice la obra del artista. Norbert Bilbeny (Barcelona, 1953) es catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Autor de numerosos libros de ética y pensamiento, el más reciente de los cuales es Moral barroca. Pasado y presente de una gran soledad (Anagrama, 2022), también colabora habitualmente con La Vanguardia. Su relación con la pintura deriva de su propia experiencia de pintar.
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