Nunca pretendí escribir un libro y, menos aún, uno que versara sobre cuestiones totalmente ajenas a mi terreno profesional. Sin embargo, estimulado por una cierta agitación anímica, decidí emprender la tarea de separar y desarrollar algunas ideas que se me habían amontonado en la mente, convirtiendo la práctica de la escritura en una terapia que resultó reveladora. Descubrí que vivo perdido en una jaula psicológica hecha a mi medida: un laberinto en el que busco refugio y protección frente a un entorno cultural que considero invasivo, pero que, a la vez, condiciona la crítica hacia mi propio reflejo. La confusión que genera surge del enfrentamiento entre los códigos impuestos por la comunidad que nos rige y la libre expresión de la personalidad.