Dos años. Tiempo más que suficiente para cargarse de vivencias y preguntas aparentemente sin respuesta. Preguntas que alteran, anestesian y rabian. Preguntas que, al paso del tiempo, puede que no queden resueltas, pero que de a poco se ven de otra manera. Lo único que otorga una especie de calma pasajera es la reflexión, ahondando en los más profundo de uno mismo, explorando el conocimiento propio y la conexión con el entorno.
Dos años de rabia en vano conforma una especie de diario donde se plantea un amplio conjunto de cuestiones empapadas por el desasosiego y la incertidumbre. Ante todas estas dudas, se lanzan profundas cavilaciones, sin más objetivo que el de conseguir un resquicio de quietud dentro del pensamiento.