En la reciente historia de España nos hemos habituado a convivir con un terrorismo de índole nacionalista-separatista que, con su política de atentados, está masacrando a la sociedad española de una manera cruel e indiscriminada. En su recorrido ha ido dejando una estela de más de 850 víctimas mortales en su afán de alcanzar su utópica finalidad -la independencia-. Además, de un número indeterminado de personas que directa o indirectamente se han visto afectadas y/o perjudicadas por las acciones del terrorismo etarra. Su camino viene marcado por los continuos atentados perpetrados por sus activistas y acólitos en una carrera que no tiene final. Sus ideales basados en la sangre de sus víctimas no ha tenido fundamento desde sus comienzos, ya que según rezan sus postulados primigenios su lucha debía desarrollarse desde la fuerza de la palabra. Pero en este medio siglo de sinrazón, lo único que ha conseguido ha sido dividir a una sociedad vasca que, lejos de aprobar sus métodos, ha mostrado su disconformidad e incluso su enfrentamiento en puntuales ocasiones contra los partidarios o defensores de la banda terro