Los anhelos de una vida amorosa e intelectual inquieta que Gregorio alimentó en su juventud se habían esfumado cuando, convertido ya en un oficinista gris, conoce un día por teléfono a Gil, hombre modesto, maduro también, quien, tras largos años de exilio
Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia de navegación y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias.
Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso.Información sobre la política de cookies.