Este tratado de teología fundamental desde la idea de la fe expresa ante todo el protagonismo inicial de la antropología cristiana. Todo creyente es en primer lugar criatura de Dios que experimenta la acción de la gracia en su conciencia humana dentro de las coordenadas de espacio y tiempo, es decir, en la historia.

En segundo lugar cabe destacar la centralidad del primer trascendental del ser: la verdad. El hombre puede alcanzar dicha verdad porque el Absoluto se revela como radicalmente fiable. Sin una ontología que asuma semejante certeza, resultará imposible abordar desde la razón no sólo lo relativo a Dios, sino incluso lo que hace referencia al cosmos y a los seres que lo habitan.

Por último, la antropología y la gracia, la verdad y la fiabilidad divina, dejan paso a la figura ejemplar de Cristo Jesús, el cual expresa la voluntad salvífica de Dios y la bondad y la belleza de su proyecto eterno. Esta revelación cristológica cobra pleno sentido cuando se acoge dentro de la estructura real de la comunidad confesante que es la Iglesia a lo largo de los siglos.