Alan Bennett, con su mirada entre cándida y malévola, construye con estos dos relatos, tan indecentes como inteligentes, un conmovedor y muy divertido grotesco de la clase media. La señora Donaldson es una viuda reciente, de cincuenta y cinco años, con una hija casada, puritana e insoportablemente convencional que pretende que su madre viva reverenciando la memoria de un difunto marido muy aburrido. Aburrimiento contra el que la señora Donaldson no se rebelaba, y ni siquiera cuestionaba, educada en la firme creencia de que ser y hacer lo que se espera de nosotros son los pilares de la cotidiana felicidad. O conformidad. Pero ahora su vida comienza a cambiar. Ha conseguido un trabajo en un hospital: actúa interpretando a pacientes, con sus correspondientes enfermedades, para ilustrar las clases del doctor Ballantyne. Y, de interpretación en interpretación, la señora Donaldson comienza a descubrir pliegues y honduras que ignoraba de sí misma. También ha alquilado una habitación a una pareja de estudiantes que le proponen un pago en especies para saldar lo que le deben: le ofrecerán un espectáculo porno sólo para sus ojos. Y ella, contra todo pronóstico, acepta, los contempla y cuando terminan les ofrece una taza de té. Y comienza La señora Donaldson rejuvenece. En cuanto a La ignorancia de la señora Forbes, su hijo Graham va a casarse con una chica que lleva el muy vulgar nombre de Betty. Y aunque muy rica, es fea. La dominante y esnob señora no entiende el porqué de todo esto; los guapos siempre se han casado con guapas, y viceversa. Ella lo hizo, y por eso tiene un hijo guapo. Además, su familia está en el escalón más alto de la clase media, donde no se usan nombres como Betty. El señor Forbes, por su parte, asiente a todo, y lo único que le inquieta es que Graham es y ha sido la principal ocupación de su esposa, y si se casa y se marcha, todo el peso de la insoportable señora Forbes recaerá sobre sus hombros. Y el bello Graham, a su manera, quiere a Betty, y hasta puede follar alegremente con ella, siempre que haya un espejo en el que él pueda verse, y quizá imaginar otros cuerpos menos femeninos, como el de Gary, por ejemplo. Porque la señora Forbes ignora muchas más cosas de las que sabe...
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