En un agradable coloquio de dos buenos amigos que se sientan en una plaza de pueblo a tomarse unas copas de aguardiente, nace la historia que narra los sucesos contados por Alfonso Gil a su contertulio, detallando las dificultades, sobresaltos y luchas que tuvo que emprender cada vez que se vio obligado a conseguir que un ángel guardián responsable y dedicado le diera protección a su sobrino Gabriel, cuando por diferentes motivos lo abandonaran a su suerte.

Las maromas que surgen en ese tejemaneje de intrigas, gestiones, vueltas y recovecos procurando protección para su sobrino, se hacen cada vez más enredadas en la medida que el muchacho va creciendo. El asunto se pone peliagudo cuando en una de las tantas veces que el joven ha permanecido sin amparo después de haber perdido el resguardo del querubín, obliga a Alfonso Gil a pedir auxilio al sacerdote del pueblo para que lo acoja en la casa parroquial, con la intención de evitar que el diablo y sus secuaces cumplan la misión de empujar al chico hasta las tenebrosas tinieblas. La última noche que queda antes de recibir el relevo del ángel custodio, según lo indicado desde el cielo, es la cumbre de esta trama, en la que será el propio Alfonso quien se verá forzado a desafiar al mismísimo diablo para escudar a su sobrino de la ofensiva despiadada de ese demonio, evitando también que el cura, el sacristán y teres feligreses más, sean atrapados en ese averno.

No todas las batallas se libran a trompadas, hay guerras que no requieren armamento; bastará la genialidad, la inspiración y la astucia para sortear con éxito ciertas contiendas. 10