Ceulemans se paseó entre la muchedumbre que se abría a su paso como el mar a Moisés. Caminaba el belga con ambas manos delante del pecho, unidas por las yemas de los dedos. Condescendiente paseó hasta el fondo del jardín donde, con una leve inclinación de la cabeza, dio el visto bueno o la bendición, según la libre interpretación de cada uno, a la zona de acampada, escenario y telón. Le pareció extraño la original situación de un viejo tronco de árbol, cuyo extremo coincidía con el centro de la piscina. Giró la cabeza y Palomeque, que procesaba tras él, le explicó que había aprovechado aquel madero, que llevaba años junto a la tapia del patio, para montar una cucaña.
En los años sesenta un pueblo de pescadores del sur de España inesperadamente se convirtió en la meca de la modernidad. El árbol de la cucaña es un crisol de aquellos años a través de los personajes que protagonizaron aquella aventura.
Basada en hechos reales, el autor toma como referente el acaecimiento de dos sucesos casi simultáneos, como el desencadenante del fin de la mejor fiesta del Mediterráneo.
Nota del autor.
Después de entregar el manuscrito retomé con ansia la lectura. Para la vuelta elegí la relectura de Yo el supremo de Roa Bastos, a la tercera página comprendí que no debo esperar tu misericordia, lector.