En la Edad Media los destinos de las principales peregrinaciones estuvieron definidos durante años por un cierto espíritu fronterizo, el que enfrentaba los grandes centros de peregrinación en las fronteras de la creciente expansión de una nueva doctrina, el Islam. Jerusalén en Oriente y Santiago de Compostela en Occidente. Allí no solo se encuentra la catedral que concentra los pasos de los peregrinos, también se hallaba el límite del mundo conocido, Finisterre. Rías y bosques, caminos nuevos y antiguas ciudades, la búsqueda de otros horizontes en un mundo celta que parecía partir de un faro romano, un cementerio inglés junto a la costa. Todo ello se encuentra al final del camino, en Galicia.