¿De qué sirven los presagios cuando no se tiene capacidad para entenderlos?, se preguntará el narrador de la historia demasiado tarde. ¿Por qué desoyó Gregorio la voz del instinto cuando, a gritos, le decía que no aceptase aquella propuesta? ¿Por qué accedió a bailar al ritmo que le marcaba su futuro cuñado si él no quería ni sabía bailarlo? Aún sin entenderla, debió escuchar aquella voz interior, desestimar la propuesta, escapar de las triunfales promesas de Roberto y seguir sus modestas aspiraciones. Pero Gregorio ni creía en oráculos, ni tenía la audacia necesaria para enfrentarse al hermano de su novia, ni su novia iba a permitirle sacrificar la oportunidad que le brindaban en aras de algo tan volátil como es la felicidad.Cuando gracias a las audaces ideas de Roberto y a la labor silenciosa y tenaz de Gregorio la empresa alcance las cotas más altas del ramo; cuando el protagonista haya renunciado a sus estudios y aplazado repetidamente un largo viaje de placer; cuando tenga 51 años y sólo en trabajo le alivie el desmoronamiento familiar, Roberto provocará un movimiento sísmico empresarial y muy sutilmente tratará de deshacerse de él. En la celebración del cambio, mientras el extravertido discursea elogiando el trabajo realizado por el tímido, Gregorio tiene el presentimiento de que va a asesinar a su ex-cuñado.Y al cabo de treinta y cuatro años, después de lacerantes pérdidas, el protagonista comprenderá que uno es como es y ni puede dejar de serlo ni puede evitar las consecuencias que su personalidad le acarreen.