Cuando se defienden ciertas festividades populares actuales, se recurre a la tradicioŽn como argumento maŽs socorrido. Se sugiere que esta tradicioŽn fue siempre homogeŽnea y uniforme. Y que, por supuesto, nunca hubo voces discordantes contra ella. Probablemente, lo fuera asiŽ, pero estariŽa bien saber a queŽ precio. Lo habitual fue la desaparicioŽn de cualquier voz disonante o heterodoxa con el poder teocraŽtico que imponiŽa manu militari lo que dictaba la Iglesia al alimoŽn con el poder poliŽtico. El llamado poder religioso cuando siente que un acto ofende alguna de sus abracadabrantes creencias o hiere, seguŽn eŽl, el sentimiento religioso de algunas gentes, llama al poder poliŽtico-militar y retira al momento el motivo de esa ofensa. Al reveŽs no ocurre nunca. No ocurre jamaŽs que, cuando una persona se ofende de que haya gente que diga que habla con gente invisible o que come el cuerpo y bebe la sangre de un individuo –actos caniŽbales donde los hubiere–, nadie, ninguŽn poder, ni poliŽtico, ni judicial, viene a defenderlo de las ofensas que estaŽn infligiendo a esa persona ofendida, al sentido comuŽn, la racionalidad y la ciencia.

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«El poder, sea religioso o poliŽtico, es impensable sin este orden esteŽtico bien calculado ante el que las buenas gentes han sucumbido. La mayoriŽa de las personas que se autotitulan representantes puŽblicos seriŽan un cero a la izquierda si no cubrieran su osamenta con todo tipo de chatarras y medallas.»

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«Las costumbres se descubren, las tradiciones se construyen.» (JORGE WAGENSBERG)